Joanot
Martorell contaba en su famosa novela de caballería cómo Tirant lo
Blanc era capaz de cristianar a diez mil infieles de una vez. Esto lo
hacía después de haberles derrotado en la batalla y conminándolos
con flechas y lanzas a que se convirtieran, y si no los mataría.
Estoy
hoy nos suena a inverosímil, propio de una novela de caballería.
Sin
embargo, hace menos de dos años tuve que tener en un seminario un
debate intenso con un político asistente que, ante mi afirmación de
que los votantes había que ganarlos de uno en uno, reaccionó casi
enfadado y en la discusión llegó a afirmar que los votantes se
podían conseguir, por ejemplo, de cuarenta mil en cuarenta mil.
Afortunadamente los demás asistentes no estaban de acuerdo con él.
Dejando
de lado estas anécdotas curiosas, la experiencia está demostrando
que “apalabrar” el voto, y no dejarlo suelto al albur de avatares
mediáticos requiere una comunicación permanente persona a persona
entre el votante y alguna persona por la que quiere dejarse
influenciar. Estos influyentes pueden ser líderes de opinión y
también activistas políticos, si bien la influencia de éstos suele
resultar más eficaz si se canaliza a través de los líderes de
opinión con los que los activistas se coaligan.
Si
esto es así, y cada persona interesada podría confirmarlo por ella
misma aproximándose suficientemente a procesos de decisión de
electores, la acción política para ganar y no perder votantes,
debería tomar en cuenta la arquitectura social del electorado, y,
además adecuar su arquitectura política de modo que contribuya a
coaligarse con los líderes a los que otorgan influencia sus votantes
actuales y potenciales.
La
respuesta eficaz para no perder y ganar votos va a depender de
nuestra capacidad de acertar en un equilibrio entre responder a cada
demanda individual y saber priorizar entre esas demandas de los
individuos, logrando algo que venimos a llamar como el interés de
una mayoría.
Generalmente,
nadie sabe lo que quiere la gente debido al aislamiento en que viven
las personas. Allá donde existe una vida social, interacciones
suficientes, es fácll deducir lo que quiere la gente. Eso se suele
ver claro sobre todo en momentos críticos cuando la gente reacciona
con violencia ante amenazas o necesidades agudas.
Pero
en muchos sitios, sin esas circunstancias extremas, las personas se
relacionan poco o solo funcionalmente.
“Trabajamos,
gastamos muchas de nuestras horas despiertos trabajando para alguien
cuya vida no conocemos nada, que no conoce nada de nosotros; pagamos
una renta a un propietario al que nunca vemos o vemos solo una vez al
mes, y, sin embargo, nuestra casa es nuestra posesión más preciada;
tenemos un doctor que está con nosotros en cruciales momentos de
nacimiento y muerte, pero con los ordinariamente no nos encontramos;
compramos nuestros alimentos, nuestras ropas, nuestro carburante de
personas de las que frecuentemente no sabemos nada. Conocemos a toda
esta gente en su capacidad ocupacional, no como personas como
nosotros, con corazón como nosotros, deseos como nosotros esperanzas
como las nuestras.
Y
este aislamiento de los que contribuyen a nuestras vidas, y de
aquellos a cuyas vidas contribuimos, no nos proporciona ninguna
proximidad de nuestros vecinos en su aislamiento. Por cada dos o tres
de nosotros piensa que nosotros mismos como algo mejor que cada uno
de otros dos o tres, y esto se convierte en un muro mortal de
separación, incomprensión, antagonismo. ¿Cómo podemos ir adelante
con esta artificial separación? ¿Cuál es lo que pudre de nuestra
vida?. Primeramente, debemos que aceptar que cada uno tiene algo que
dar.”
Este
texto de Mary Parker Follet, un poco barroco, indica sin embargo, una
circunstancia muy crucial tanto para que un gobierno o un partido se
embarquen en políticas que le aparten de sus votantes, como de que
los ciudadanos comprendan mejor sus intereses en el contexto de los
intereses de los demás que les son próximos
La
suma de ocurrencias individuales no sirve de base sólida para basar
una política que preserve de perder/ayude a ganar votantes.
En
la realidad, así como no sabemos fácilmente qué quiere la gente,
tampoco está muy claro siempre qué sea un barrio. Un conjunto de
habitantes que viven en contigüidad física, aunque cuenten con
elementos de convivencia como centros de enseñanza, iglesias,
centros comerciales, parques y otros equipamientos de uso común, no
forman un barrio si no existe una “cierta conciencia de barrio”.
Esta conciencia se ha formado en algunos núcleos de población fruto
de la historia vivida. Sin embargo, en los tiempos más recientes, la
llegada rápida de nuevos habitantes ha provocado una acumulación de
personas sin que la conciencia de barrio se desarrollara. Y en las
ciudades más grandes, se viene utilizando divisiones mayores, los
distritos, que juntan auténticos barrios antiguos con zonas de
habitantes en las que no ha tenido lugar el desarrollo de la
conciencia de barrio.
De
ahí que el primer servicio que puede prestar un activista a sus
votantes actuales y potenciales es el de juntarlos y crear las
condiciones de que prioricen colectivamente, es decir contrastando
sus ocurrencias con las de los demás y elegir las que
colectivamente, siguiendo un método que acepten, resulten
prioritarias para un período.
Mary
Parker Follet prescribe estas cinco vías para desarrollar la
conciencia de barrio:
“Por
reuniones regulares de vecinos para la consideración de los
problemas del barrio y cívicos, no meramente reuniones esporádicas
y ocasionales para objetos específicos y ocasionales.
Por
una genuina discusión en estas reuniones regulares.
Por
aprender juntos – a través de lecturas, clases, clubs,
compartiendo la experiencia unos de otros a través de intercursos
sociales; aprendiendo formas de expresión de arte comunitario; en
resumen liderando una vida comunitaria actual.
Por
tomar más y más responsabilidad por la vida del barrio.
Por
establecer alguna conexión regular entre el barrio y los gobiernos
de la ciudad, el estado y de la nación.”
Paralelamente,
el partido que quiera conocer cuáles son los intereses colectivos de
unos vecinos bien educados socialmente, no tiene porqué intentar
controlar el liderazgo social de los vecinos, sino más bien
fomentarlo y apoyarlo, con la acción de sus activistas, actuando de
facilitador de las relaciones con las instituciones públicas.
Un
proceso de constituir comunidades de sus propios votantes, a partir
de cada sección electoral, servirá a la vez para contar con
voluntarios que apoyen la creación de la conciencia de barrio,
estimular el liderazgo social natural del mismo, conocer de primera
mano las vicisitudes por las que atraviesan, e ir haciéndose
sensibles a los procesos reales de decisión de los electores.
La
discusión de problemas en un barrio que va cobrando conciencia de
serlo, tiene la ventaja de tratar problemas que difícilmente pueden
ser manipulados, por lo patente de los mismos. Y sobre esa
problemática genuina ir tejiendo las interacciones que contribuyen
a obtener, por una vía respetuosa con los individualidades, un
interés colectivo. Este paso de lo individual a lo colectivo es una
clave de la sana política democrática.
El
gobierno de un municipio organizado administrativamente por
distritos, sacará ventaja de dar realidad también administrativa a
sus barrios, contribuyendo a que conjuntos de vecinos adquieran
conciencia de tales
ARQUITECTURA
POLÍTICA
Un
partido político que pretenda seguir los procesos de decisión de
sus votantes y estabilizar en positivo sus resultados, consiguiendo
que la proporción de voto “apalabrado” sea claramente mayor que
la del voto “suelto”, requiere organizarse teniendo en cuenta la
arquitectura social de sus votantes.
Dos
principios que deben regir su actuación a este respecto pueden ser:
contribuir
donde sea necesario a que la organización
por barrios sea efectiva,
superando tentaciones “caudillistas” de sus cargos públicos y
ejecutivos, y procurando las condiciones para que
los ciudadanos se escuchen y establezcan prioridades colectivas,
tanto a corto como a medio plazo;
fomentar
la
aparición de líderes
sociales y de opinión de los votantes,
no competir con ellos, sino ayudarles a que consigan su rol, y
coaligándose
con ellos en
acciones prácticas que mejoren la calidad de vida de sus votantes.
La
sección
electoral
con sus aproximadamente 1.000 electores conviene que sea la pieza
clave de la arquitectura del partido, por tratarse de la unidad menor
en la que es posible tener una información fidedigna sobre
resultados electorales. Un buen tratamiento de los votantes actuales
y potenciales de una sección electoral podrá hacerse con entre 2/6
activistas. Podrán identificar a los votantes y a sus líderes de
opinión, seguir los procesos de decisión política de unos y otros,
y prestarles los servicios políticos que concurren a la formación y
manifestación de su voluntad política.
Aproximadamente,
un conjunto de 10 secciones electorales pueden llegar a constituir
un barrio.
Los activistas que mantengan sus conversaciones con sus votantes
actuales y potenciales y sus líderes de opinión, podrán contribuir
a ir elaborando priorizaciones y políticas de abajo arriba en
coalición con los líderes de opinión.
Las
actuaciones priorizadas por los equipos de barrio son una buena base
para contrastar las políticas de arriba abajo del gobierno municipal
con las políticas de abajo arriba y encontrar así una manera de
armonizar
políticas entre los diferentes barrios
En
la ciudades grandes de nuestro país existen divisiones por
distritos,
que se han concebido más como soluciones de descentralización
administrativa de unos servicios, en general, demasiado
centralizados. En la lógica de los distritos, no se tiene muchas
veces en cuenta la estructura natural de barrios o de pequeños
municipios absorbidos. La tarea de estructurar o recuperar barrios,
sería una tarea importante de los activistas políticos de los
partidos. Pero eso será así si los partidos creen en el valor de
una política de verdad de abajo arriba, y no se limitan a emplear
sus militantes como “palmeros” de la política del gobierno.
Una
agrupación local de un partido estará formada por un conjunto de
equipos de barrio – con sus correspondientes equipos de secciones
electorales.
El
partido como organización para conseguir resultados políticos,
tendrá que fijar objetivos de votantes, donantes y voluntarios, a
nivel del municipio, en función del papel que quiere/puede jugar en
el mismo. Estos objetivos son desglosables por barrio y sección
electoral. Un juego de compromisos/apoyos entre los diferentes
niveles de la organización (municipio, barrio, sección electoral)
debería servir para mantener la tensión hacia la consecución de
esos objetivos.
Los
encuentros en pequeños grupos con votantes, es el primer servicio
que los activistas pueden prestarles y sirven para detectar y
priorizar necesidades e identificar líderes de opinión con los que
ir coaligándose los activistas, alrededor de acciones de mejora de
la calidad de vida.
La
dirección política de cada agrupación debería llevar a cabo
encuentros de la dirección con los activistas y simpatizantes para
crear una comunicación en dos sentidos, tanto sobre los problemas de
la ciudad, como sobre la acomodación del partido a las necesidades
de militantes y votantes.
Deberá
asumir la animación de tareas que efectivamente contribuyan a los
resultados:
entrenando
individualmente
a los activistas en sus tareas, procurando el entrenamiento, a su
vez, de entrenadores a partir de activistas con buenas prácticas;
trabajando
colectivamente en
asambleas y reuniones de ejecutivas, donde no se celebren “misas
conventuales”, sino siguiendo órdenes del día con más bien
diálogos
que pongan de manifiesto las prácticas buenas y malas,
en la medida que se siguen las previsiones de resultados que se van
obteniendo en votantes, donantes y voluntarios, sin esperar a las
elecciones.
Las
ejecutivas deberían integrar sobre todo a responsables de equipos de
barrio, entendiendo que las secretarías funcionales deberían
figurar más bien como asistentes técnicos de los mismos. Así,
estarán más presentes en la acción política los objetivos de
votantes, donantes y voluntarios