Todos
sabemos que, en la práctica, la persecución de intereses propios sin tener en
cuenta los intereses de los demás, puede crear una versión diferente. Esta es la mala política.
La buena política es la que responde a la descripción
del primer párrafo.
La buena
política radica, pues, en coaligarse
con votantes, donantes y voluntarios. Y la dirección
de esa política consiste en lograr poner en práctica actividades que tienen una
relación de causalidad con esos
resultados.
El
activista/líder político, en tanto en cuanto supera al ”soldadito burocrático”
que es el militante típico de la socialdemocracia, ha de asumir la dirección de
la política en el trozo de realidad de la que se responsabiliza dentro del
partido y con la que se responsabiliza como líder. Esto quiere decir que
visualiza las relaciones de causalidad entre las actuaciones que lleva a cabo
actuaciones y los resultados en votantes donantes y voluntarios. Lo que solo
puede visualizarse con cierta propiedad a nivel de realidades concretas, y no
de generalizaciones estadísticas. De ahí, la necesidad de contar con un número
de activistas, proporcional al número de votantes que se pretende
ganar/mantener (un 2%?)
Reclutar,
entrenar y mantener ese número de activistas no ha venido siendo fácil. La
variable que más ha influido en ello es el modo de dirigir, o dicho de otro
modo, las prácticas de los dirigentes, que asumen la responsabilidad de los
municipios y de otras entidades territoriales mayores, hasta la dirección
nacional o federal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario