Política y jóvenes
En muchos niveles de la
actividad política se
siente una preocupación por los jóvenes.
El ocio, el empleo y la vivienda para
los jóvenes forman parte de programas públicos y propuestas electorales. Las
actuaciones de jóvenes delincuentes o pre-delincuentes preocupan a las policías
locales y los servicios sociales con poco éxito y con el temor de que la
llegada de jóvenes inmigrantes complique los problemas actuales.
Los niveles de abstención electoral de
los jóvenes, preocupan a los gobiernos con visión de futuro.
La falta de incorporación de
jóvenes a la actividad de los partidos
aleja el tratamiento de los anteriores problemas y la verisimilitud de las
soluciones que se ensayan.
Por otra parte, encuestas realizadas en
los años noventa [1] han
puesto de manifiesto que un 20% de la población tiene interés por la política,
en contraste con el 3% que dice participar, de algún modo, en ella. Este 20%
está compuesto sobre todo por personas jóvenes, con buen nivel de estudios y de
clase media y media alta.
Pero la aproximación de estas personas a
los partidos, no es fácil, En muchos casos, son los propios ejecutivos de los
partidos los que no quieren esa aproximación y el aprendizaje de la práctica
política no existe como actividad ordenada a un fin, ni siquiera en el interior
de los mismos partidos. La formación académica en ciencias políticas está muy alejada de la práctica de la política.
Practica política
La práctica política es
un conjunto de maneras de hacer que sólo la experiencia ha podido demostrar que
son buenas. No están escritas en ninguna parte y los que las han experimentado,
la mayoría de las veces, no tienen una
constancia clara de ello. Se trata de comportamientos que tienen la lógica del
“caso singular”, en cuya realización influyen muchas variables
interrelacionadas que sólo pueden ser captadas por un aprendizaje que produzca
una reflexión sobre la misma situación práctica.
La formación en la
práctica política no tiene mucho que ver con la formación académica en ciencias
políticas, como suelen comprobar sus licenciados.
Ninguna institución
tiene más legitimidad para entrenar a los jóvenes en el buen ejercicio de la
práctica política que un partido político.
Y en los partidos
políticos, esa legitimidad la tienen sobre todo, aquellos de sus miembros que
han conseguido la confianza mayoritaria de los electores, aquellos que en
sucesivas elecciones consiguen renovar su capacidad de representar
satisfactoriamente los intereses de sus votantes, y los que, al frente de las
instituciones democráticas saben responder a esos intereses también
satisfactoriamente. Junto a ellos, comparten esta misma legitimidad los
directores/cuadros del partido y sus asesores que han apoyado a estos cargos
públicos aportándoles políticas, entrenamientos y dirección de campañas.
En las
cirscunscripciones donde estos políticos ejercen, se suele notar la “desviación
positiva” de que la desafección política es menor que la media. Para los miembros de un partido ya es una
mejora hacerse conscientes de los resultados que están produciendo esos
comportamientos que forman las prácticas políticas buenas.
El partido político como
organización puede generar en su funcionamiento procesos de dirección del
conocimiento (“knowledge management”) que hagan conscientes a los depositarios
de las buenas prácticas de que, efectivamente, lo son; y que las registren y
codifiquen para convertirlas en conocimiento usable; y que articulen los
eventos para el aprendizaje de estos comportamientos por los demás miembros de
la organización.
En la medida que un
partido va avanzando en la generación de estos procesos va disponiendo de un
formidable recurso para cumplir su misión constitucional de “formar y
manifestar la voluntad popular” que le capacita para ir ocupando un rol de
liderazgo político sobre sus votantes; todo ello con una proyección de medio
plazo.
En cualquier caso, estas
situaciones descritas no son las normales, sino más bien “desviaciones
positivas” que se dan en los lugares “desviados”.
Como consecuencia, los
jóvenes no reciben una formación que les prepare para mejorar el partido (“la
sangre fresca y nueva”). Más bien, se produce en ellos, por medio de la presión
de la cooptación, un aprendizaje acelerado de las malas prácticas de los
mayores. Como resultado, los dirigentes de las organizaciones juveniles antes
se convierten en burócratas del partido, que en adultos independientes con una
profesión independiente que ejercen el liderazgo de los votantes.
Algunas propuestas de
mejora
Vamos a explorar
experiencias que tienen que ver con la formación y con una estrategia de
desarrollo de los recursos humanos políticos a partir de una política de
asegurar que los relevos generacioales no perpetúan las malas prácticas.
En la
coyuntura actual de nuestro país, disponer de un sistema de entrenamiento de
jóvenes interesados en la política como actividad profesional, al menos, le
aporta tres consecuencias positivas:
·
Una imagen de partido
moderno y bien dirigido.
·
Una probabilidad de
acercarse a los jóvenes más motivados por la profesionalidad política y de
atraer a sus filas a los más competentes.
·
Un elemento de
motivación de sus militantes jóvenes y de asegurarse que se preparan para la
tarea política, introduciendo así un factor de competencia interna sobre bases
de capacidad con otros militantes no tan dispuestos a mantener sus prestaciones
a la organización.
El entrenamiento en los
comportamientos que están en la base de una buena práctica política, tiene que
ser un entrenamiento que desarrolle la reflexión sobre la práctica del
ejercicio de los “casos singulares” políticos. Y no puede consolidarse más que,
tras unas prácticas tuteladas en situaciones reales de campañas políticas, o de
instituciones.
Los comportamientos que
hay que aprender a ejercer podemos clasificarlos en dos clases:
·
Comportamientos que
sirven para ganar votos en las elecciones, incluida la dirección de las
organizaciones de los partidos - la dirección política.
·
Comportamientos que
sirven para gobernar las instituciones ganar más votos en las elecciones
siguientes, incluida la cordinación de los grupos institucionales/gobiernos con
las organizaciones correspondientes del partido - la gobernanza de la instituciones.
Tratando con jóvenes, es
necesario antes proporcionarles algún tipo de instrumento para que sean capaces
de apreciar y tomar decisiones en cuanto a cuál es la proyección vocacional más
segura en el mundo público: ¿políticos? ¿directores profesionales? ¿asesores?.
Los políticos llevan a cabo una tarea que nadie puede hacer por ellos: conseguir la
confianza de sus votantes y, por consiguiente, sus votos. Y eso se logra
estando presente en la sociedad que forman sus votantes actuales y potenciales,
identificando en ellas quiénes son esos votantes, ayudándoles a identificar y priorizar sus necesidades,
acompañándoles hasta las urnas proporcionándoles servicios políticos.
Los directores profesionales son políticos no electos, con vocación/capacidad de
dirección operativa de las administraciones que ejecutan las políticas de los
gobiernos, entregan efectivamente las prestaciones que responden a las
priorizaciones aprobadas, sin perjuicio de aportar su experiencia desde la
operatoria para ayudar a los políticos a definir políticas y prestaciones.
Los asesores son también políticos no electos, que están más interesados en sus métodos
profesionales para ayudar a los políticos y directores en la eficacia de sus
respectivo ejercicios que en ocupar los puestos de ellos.
Para mejor planificar su
carrera cada joven debería de intentar comprender cuanto antes cuál es el tipo
de puesto político que mejor se acomoda a sus inclinaciones y motivaciones.
[1]
Ver los informes sobre “Los valores de los españoles” y “Los valores de los
catalanes” de Francisco Andrés Orizo.
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