Sin embargo, hasta hace relativamente
poco tiempo no se habían estudiado formalmente las diferentes tácticas de gobierno que practican por una parte, los gobiernos que pierden los apoyos de sus
votantes y no son capaces de conseguir nuevos votantes, y, por otra, los
gobiernos que se mantienen en sus mayorías y aun, a veces, llegan a
aumentarlas. Resulta especialmente ilustrativo a estos efectos, la comparación
de las diferencias de un mismo gobierno
que, después de mantener una buena mayoría durante varios mandatos, empieza a
perderla.
En
la raíz de los comportamientos de los gobiernos perdedores, se encuentran
actitudes de falta de compromiso con sus votantes y de querer decidir su
política por su cuenta, como si la mayoría lograda una vez les hubiera
concedido una patente de corso. Y a estas actitudes subyacen: la falta de
inclinación de mantenerse en contacto con los ciudadanos, la falta de inclinación
y la incapacidad de aprender nuevos comportamientos que exigen encontrar
soluciones a nuevos problemas, un ejercicio de autoridad con demasiados
componentes de imposición y menos de los necesarios de negociación y
construcción de consensos, y una tendencia a buscar legitimidad tecnocrática a
sus decisiones, apoyándose en técnicos externos o de la administración local,
sin atención a las preferencias de sus votantes.
Estas
actitudes y comportamientos se escudan, a veces, en la manifestación de que el
gobierno está ejecutando el programa electoral por el que fue elegido.
Realmente, si estudiamos con un poco de atención una amplia mayoría de los
programas electorales resulta poco
verosímil pensar que alguien haya sido elegido precisamente por ellos.
Desde
cualquier punto de vista, no puede pensarse que sea moderno un gobierno que
pierde la mayoría o una proporción apreciable de votos/puestos de concejal, sin
darse cuenta de que eso le va a pasar.
Por
el contrario, cabría más bien pensar que en una proporción mayoritaria de
casos, estamos ante una forma primitiva de gobernar que no es capaz de
conservar la coalición con unos votantes que en un momento anterior confiaron
en él.
Estos
comportamientos causan también un perjuicio al sistema democrático, al provocar la abstención de esos votantes
descuidados y contribuir a la desconfianza hacia las instituciones, los
partidos y la política, como indican las encuestas.
Precisamente,
cuando, tanto los organismos internacionales como los gobiernos nacionales,
hablan normativamente sobre modernizar los gobiernos locales dicen cosas como:
·
“Hacer
lo que quieren los ciudadanos”, “hacer más con menos”.
·
Practicar
la gobernanza local como un modo de insertar al gobierno en la red de
organizaciones, asociaciones, grupos sociales y líderes de opinión con los que
deben acordar sus políticas.
Para
estar a la altura de estas demandas, los gobiernos tienen que comprender que
han de conjugar un nuevo verbo compuesto, “gobernar/campear”[1].
O podemos decir de otra manera, que no es una forma moderna de gobernar,
hacerlo sin campear simultáneamente.
Esto
también puede traducirse en que el
“producto” del gobierno no es tanto producir
muchos equipamientos y servicios cuanto mejorar la calidad de vida de
sus ciudadanos, desde la evaluación que éstos hacen, lo que a su vez produce que
se mantenga o desarrolle su coalición con ellos con la consecuencia del
mantenimiento o desarrollo de su mayoría electoral.
Y
desde la consideración del impacto en la abstención y la desconfianza hacia el
sistema democrático, podría hablarse de una cierta obligación “profesional” de
los gobernantes locales hacia conocer a
sus votantes, y coaligarse con ellos
al acomodar sus políticas a la satisfacción de sus necesidades y negociar con los demás electores lo que
representará el respeto a las minorías. Cualquier esfuerzo y gasto público que
estas actividades impliquen, será más
productivo para el propio gobierno y para el bienestar de los ciudadanos y
la salud del sistema democrático, que
esos otros esfuerzos propagandísticos, muchas veces muy caros, dirigidos a
convencer a todo el mundo de lo mucho y bueno que ha hecho el gobierno, a
prometer que está dispuesto a hacer más de lo mismo, y a repetir “ad nauseam”
la imagen de los gobernantes. O a los desembarcos ostentosos de cargos
autonómicos o estatales apoyando con sus realizaciones a sus grupos en la oposición, o en el gobierno.
[1] Campear,
según el Diccionario de Doña María Moliner: “salir al campo a guerrear”. De
este verbo se deriva el término de campeador.
Gobernar/ campear como manera de gobernar, recibe también el nombre de “la campaña permanente”. El Nº 11 de
estos Cuadernos se dedica a este tema, bajo el título de “MARKETING POLÍTICO: LA CAMPAÑA PERMANENTE ”.
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Este texto es el comienzo del capítulo 4 "Un Nuevo Gobierno Local" del Cuaderno de Trabajo para Cargos Públicos y sus Asesores, nº 14 LA MODERNIZACION DEL GOBIERNO LOCAL. Un resumen del mismo puede obtenerse en www.marcoslekuona.net
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