Las formas más convencionales del marketing político –
orientado a sí mismos, orientado a la venta- tienden a generar un votante pasivo, cuya contribución se
limita a depositar el voto favorable. Para ello despliega una serie de
estrategias, presentaciones y mensajes para persuadir, convencer, seducir. Con
frecuencia, observamos que este es un voto libre que se puede mover fácilmente a
impulsos de coyunturas y de éxitos mediáticos.
En cambio, puede observarse en municipios donde el voto
permanece estable para un partido, cómo estos resultados vienen apoyados en
votantes que, además, aportan un trabajo voluntario con otros votantes, o
fondos para financiar las campañas.
Este apoyo de los votantes se suele corresponder con
otros comportamientos del partido/grupo municipal que prestan a esos votantes
servicios políticos en orden a “formar y manifestar su voluntad política”.
Lo cierto es que la educación de los votantes para
identificar sus intereses y llegar a formulaciones colectivas de ellos, está
muy poco desarrollada en nuestro país, tanto por la educación formal, los
medios de comunicación, las instituciones públicas y los partidos
políticos. De ahí una buena parte de la
desafección política, que se manifiesta de un modo mucho menos acusado en
aquellos lugares donde los políticos han sabido asumir la tarea de liderazgo
que significa ayudar a que sus votantes identifiquen sus intereses y valores y
se organicen para alcanzarlos.
Los ciudadanos, en una parte se formaron en un régimen que
“no creía en la política”, y otra que ya vivió en democracia en toda o la mayor
parte de su vida consciente, pero que, al margen del fugaz intento de formación
para la ciudadanía, la formación política ha estado en manos de unos partidos
que, a duras penas han sido capaces de formar a sus militantes y cuadros y de
unos medios más atentos a defender intereses parciales que en proporcionar visiones
“objetivas”.
Así con las excepciones locales evocadas, los electores
y los votantes de cada partido, viven una sociedad fragmentada, han podido
reflexionar poco sobre cuáles son sus intereses y qué hacer para lograrlos colectivamente.
Así no es de extrañar, los buenos resultados que consiguen aquellas
organizaciones locales que han sabido preocuparse por prestar este servicio. Y
es recomendable, que los dirigentes políticos observen con detenimiento cómo lo
hacen esas organizaciones y sus líderes.
Lograr esa ayuda adicional de los votantes, se ha ido logrando
en cada sitio y momento de un modo peculiar.
Para los que quieran proponerse empezar o ir avanzando
por este camino, aquí recogemos algunas guías extraídas de la experiencia que
cada equipo de dirección debería ajustar a su circunstancia.
Una buena vía para ir entrenando políticamente a los
votantes – a identificar sus necesidades y valores, y aprender a trabajar colectivamente
para lograrlos – se encuentra en la constitución de “comunidades de votantes”,
de una o varias secciones electorales o de un barrio. El proceso de constitución de estas
comunidades puede iniciarse en el descubrimiento y puesta en común de aquellas
medidas de las instituciones o los partidos que cada votantes considera que
mejoran/perjudican su calidad de vida. Este material permite hacer un diagnóstico
de cada unidad territorial desde el punto de vista de los valores e intereses
de los votantes y no de criterios técnico-burocráticos. Elaborando algún tipo
de documento como “El barrio que vivimos” se cuenta con un soporte que podría
servir para la educación de aquellos que no han querido o podido manifestarse.
En paralelo, también podrían entrenarse los votantes en
identificar necesidades y priorizarlas colectiva y democráticamente en pequeños grupos de no más de 12 personas,
que después podrían ir sintetizando sus conclusiones de un modo piramidal.
Estos procesos pueden conducir a acuerdos como “El
barrio que queremos”, como principio de una estrategia que vaya estableciendo
una política de abajo arriba.
Mantener estos procesos en marcha, va a requerir
entrenar a los líderes de opinión de los votantes a organizar para ir
transformando los recursos en poder para cambiar las cosas, a través de
activistas que han sido entrenados en organizar al ir formando las comunidades
de votantes.
Los activistas y los líderes de los votantes, han de
aprender es ese arte de organizar a diferenciar y respetar sus respectivos papeles,
y a coaligarse en la tarea común de conseguir los cambios que las necesidades
requieren.
De este modo, este coaligarse como “crecer juntos” (del
latín “coalescere”), es el aglutinante de un “voto apalabrado”. Las actuaciones
de comunicación en los medios masivos y las redes virtuales tendrán tanta mayor
eficacia cuanto evoquen y difundan los contenidos de estas coaliciones.
Los dirigentes de los partidos implicados tendrán que
tomar en consideración esta política de abajo arriba, si quieren contar con el
apoyo de sus votantes, configurando un liderazgo democrático y ubicuo, más allá
de las prácticas burocráticas actuales.
La posibilidad de que los partidos de izquierdas
alcancen coaliciones estables aumenta con el logro de coaliciones en los
barrios y en acuerdos sobre la política de abajo arriba.
Avanzar en esta línea no se consigue enseguida, y por
supuesto no se puede pretender implantarlo para estas elecciones. Pero con ese
argumento no se empieza nunca a mejorar las cosas. La eficacia política de los
resultados de una elección, depende en gran manera de mejoras en la acción política
que solo se consigue a través de proyectos a medio plazo. Cualquier momento es
bueno para empezar estos proyectos, sobre todo si se tiene en cuenta que como
aprendizajes sociales que son habrá que empezar de un modo experimental, en
escala o territorios reducidos para ir sucesivamente ampliando su ámbito de
actuación. Cualquier paso experimental que se vaya dando tendrá efectos
beneficiosos a corto plazo – reducidos al ámbito que comprenda – y a medio
plazo, en la medida que sirva para ir armando una política global.
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