Casi
todos los problemas que hoy aquejan a nuestra democracia tienen sus raíces en
la falta de comprensión que sus actores
tienen de lo que es – o debiera ser- la política democrática. Partiendo de
una experiencia anterior – la de una dictadura carismática y burocrática – la
nueva democracia ha venido improvisando una práctica política mezclando las
experiencias de una resistencia clandestina, los modos de hacer de las
administraciones públicas y privadas, las influencias de técnicos y expertos de
variada trayectoria, las demandas y maneras de intereses más o menos
organizados, los impulsos simplificadores de los medios de comunicación masiva.
Los partidos políticos, desbordados por la enorme tarea de hacer funcionar el
nuevo régimen, no han tenido ni la capacidad doctrinal, ni la capacidad
directiva de “inventar” las maneras democráticas de dirigir. Así, y con la excepción
de algunos municipios e instituciones que pueden considerarse “casos
desviados”, la política, a diferencia de los primeros años de la transición
democrática, se encuentra sometida a crítica profunda y desafección.
Esta
situación tiene sus raíces en la mentalidad y las prácticas autoritario-burocráticas
que finalmente – y con las excepciones apuntadas – domina nuestra vida pública,
política y no política. Y en ese contexto, los actores de la política, los
partidos, están poblados de burócratas “controladores desde arriba” y “soldaditos
burocráticos” – que todo esperan que les venga de arriba. Los partidos políticos
han expulsado a casi todos los miembros que no quieren ser ninguna de las dos
cosas, y junto a ello han arrastrado la abstención y provocado la desafección.
La
política es una actividad social que pretende alcanzar objetivos colectivos con
el uso del poder. Todos
conocemos que hay una línea muy fina entre el uso y el abuso del poder, y todos
los que dirigen están familiarizados con los peligros de desenganchar el poder
y la política de un marco de referencia ético.
Y la experiencia va mostrando que los
mejores resultados en cualquier empeño colectivo se consiguen cuando sus participantes
reconocen que en él satisfacen sus intereses personales. Y como en cualquier situación
social suele haber intereses diferentes y hasta en conflicto, y los
participantes forman grupos para intentar llevar adelante sus intereses, una
buena política será aquella que es capaz de llevar adelante un proyecto que más
satisfaga los intereses en competencia, coaligando políticamente a los grupos
de interés en presencia.
La buena política, la que es capaz de
coaligar el máximo de fuerzas en presencia, es producto de las prácticas de lo
que vamos a llamar “buenos políticos capaces”.
En una próxima entrada, vamos a ver cómo
transformar en esos “buenos políticos capaces” a los políticos actuales y a los
aspirantes a serlo, contando conque planea sobre ellos la mentalidad y las prácticas
autoritario-burocráticas, de las que habría que escapar.
SIGUE
-------------------------------------------------------------------
Esta entrada formada parte de la serie de tres respuestas a la pregunta "¿Coaligarse?" que iremos subiendo sucesivamente bojo los títulos: 1) El Arte del Buen Político Capaz, como formación y mantenimiento de coaliciones; 2) Constituyendo coaliciones para conquistar el poder institucional y social; 3) Preparándose para constituir gobiernos de coalición estables y eficaces
También vamos dialogar sobre esto online el 9 de abril de 19,00 a 20,30 horas. Ver detalles en los eventos de Facebook
No hay comentarios:
Publicar un comentario