Los proyectos, tanto a corto como a medio plazo, que
pueden formar una campaña electoral, van a producir unos resultados que van a
depender en gran medida de que tengamos claro lo que, en cada situación
conviene hacer para no perder/ganar votantes.
Sin perjuicio de detallar en entradas sucesivas de la
Guía de Campaña, “cómos” específicos para materializar estas prácticas, aquí
pretendemos contribuir a ir abandonando
algunos modelos que fueron útiles en el pasado, pero no ahora.
En los primeros años de la democracia, resultó útil un
modelo, influido por el marketing de los productos de gran consumo. Un consumidor más bien pasivo, recibía unos
mensajes a través de medios masivos deducidos de un conocimiento general de las
preferencias.
En otros lugares, he descrito este modelo como una “estrategia
sembradora”, o de obtención de “voto suelto”.
A lo largo del tiempo, la experiencia ha ido mostrando las limitaciones de este modelo que
no tenía en cuenta el proceso de decisión del elector. No responde
automáticamente a los mensajes. Suele tener cerca personas que le influyen (los
líderes de opinión). La experiencia de la relación con gobiernos y partidos pueden
influir tanto o más que las promesas electorales que hacen los mensajes.
Por otro lado, conviene tener en cuenta que,
frecuentemente, para obtener una buena mayoría de votos, basta con no más de la
tercera parte de los electores, y que
llegar a ellos por medios masivos, implica una pérdida importante de los
mensajes.
En diversos lugares se ha comprobado cómo otro modelo,
basado en acercarse a los votantes
individuales, a través de activistas, apreciando sus prioridades, coaligándose
con sus líderes de opinión alrededor de proyectos de mejora de la calidad de
vida en colectivos concretos de barrios/secciones electorales (“estrategia coaligadora”),
produce un voto “apalabrado”, más seguro a corto plazo y estable a medio plazo.
Naturalmente, este cambio no es meramente teórico, sino
que puede tener lugar en la medida que las
prácticas de dirección, propician una política de abajo arriba, y, para ello, constituir
redes partidarias (dirigentes, cuadros, activistas, líderes sociales y de
opinión, votantes actuales y potenciales). Estos pueden ser procesos que se
lleven a la práctica de modo muy diverso, e incluso no tener lugar nunca.
Tanto, la consideración de las diferentes prioridades y
procesos de decisión política de los votantes, como el desigual desarrollo de
las redes partidarias, va a aconsejar diseñar la campaña electoral para unas elecciones,
no como una construcción unitaria, sino más bien como la suma de un conjunto de campañas parciales que corresponden a sendas
divisiones territoriales (barrios, secciones electorales), o segmentos por
intereses.
De este modo, la
“clásica” campaña de medios masivos, viene a ser una de estas campañas, que
tiene como propósito reforzar a las demás
y cubrir huecos que no puedan alcanzarse con medios más personales.
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