Esta entrada se publicó ya en mayo del 2.018
Casi
todos los problemas que hoy aquejan a nuestra democracia tienen sus
raíces en la falta de comprensión que sus actores tienen de
lo que es – o debiera ser- la política democrática. Partiendo
de una experiencia anterior – la de una dictadura carismática y
burocrática – la nueva democracia ha venido improvisando una
práctica política mezclando las experiencias de una resistencia
clandestina, los modos de hacer de las administraciones públicas y
privadas, las influencias de técnicos y expertos de variada
trayectoria, las demandas y maneras de intereses más o menos
organizados, los impulsos simplificadores de los medios de
comunicación masiva. Los partidos políticos, desbordados por la
enorme tarea de hacer funcionar el nuevo régimen, no han tenido ni
la capacidad doctrinal, ni la capacidad directiva de “inventar”
las maneras democráticas de dirigir. Así, y con la excepción de
algunos municipios e instituciones que pueden considerarse “casos
desviados”, la política, a diferencia de los primeros años de la
transición democrática, se encuentra sometida a crítica profunda y
desafección.
Esta
situación tiene sus raíces en la mentalidad y las prácticas
autoritario-burocráticas que finalmente – y con las excepciones
apuntadas – domina nuestra vida pública, política y no política.
Y en ese contexto, los actores de la política, los partidos, están
poblados de burócratas “controladores desde arriba” y
“soldaditos burocráticos” – que todo esperan que les venga de
arriba. Los partidos políticos han expulsado a casi todos los
miembros que no quieren ser ninguna de las dos cosas, y junto a ello
han arrastrado la abstención y provocado la desafección.
La
política es una actividad social que pretende alcanzar objetivos
colectivos con el uso del poder.Todos
conocemos que hay una línea muy fina entre el uso y el abuso del
poder, y todos los que dirigen están familiarizados con los peligros
de desenganchar el poder y la política de un marco de referencia
ético.
Y
la experiencia va mostrando que los mejores resultados en cualquier
empeño colectivo se consiguen cuando sus participantes reconocen que
en él satisfacen sus intereses personales. Y como en cualquier
situación social suele haber intereses diferentes y hasta en
conflicto, y los participantes forman grupos para intentar llevar
adelante sus intereses, una buena política será aquella que es
capaz de llevar adelante un proyecto que más satisfaga los intereses
en competencia, coaligando políticamente a los grupos de interés en
presencia.
La
buena política, la que es capaz de coaligar el máximo de fuerzas en
presencia, es producto de las prácticas de lo que vamos a llamar
“buenos políticos capaces”.
En
una próxima entrada, vamos a ver cómo transformar en esos “buenos
políticos capaces” a los políticos actuales y a los aspirantes a
serlo, contando conque planea sobre ellos la mentalidad y las
prácticas autoritario-burocráticas, de las que habría que escapar.
SIGUE
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