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jueves, 5 de julio de 2018

¿QUE HACER CON LOS VOTANTES?










Las formas más convencionales del marketing político – orientado a sí mismos, orientado a la venta- tienden a generar un votante pasivo, cuya contribución se limita a depositar el voto favorable. Para ello despliega una serie de estrategias, presentaciones y mensajes para persuadir, convencer, seducir. Con frecuencia, observamos que este es un voto libre que se puede mover fácilmente a impulsos de coyunturas y de éxitos mediáticos.
En cambio, puede observarse en municipios donde el voto permanece estable para un partido, cómo estos resultados vienen apoyados en votantes que, además, aportan un trabajo voluntario con otros votantes, o fondos para financiar las campañas.
Este apoyo de los votantes se suele corresponder con otros comportamientos del partido/grupo municipal que prestan a esos votantes servicios políticos en orden a “formar y manifestar su voluntad política”.
Lo cierto es que la educación de los votantes para identificar sus intereses y llegar a formulaciones colectivas de ellos, está muy poco desarrollada en nuestro país, tanto por la educación formal, los medios de comunicación, las instituciones públicas y los partidos políticos.  De ahí una buena parte de la desafección política, que se manifiesta de un modo mucho menos acusado en aquellos lugares donde los políticos han sabido asumir la tarea de liderazgo que significa ayudar a que sus votantes identifiquen sus intereses y valores y se organicen para alcanzarlos.
Los ciudadanos, en una parte se formaron en un régimen que “no creía en la política”, y otra que ya vivió en democracia en toda o la mayor parte de su vida consciente, pero que, al margen del fugaz intento de formación para la ciudadanía, la formación política ha estado en manos de unos partidos que, a duras penas han sido capaces de formar a sus militantes y cuadros y de unos medios más atentos a defender intereses parciales que en proporcionar visiones “objetivas”.

Así con las excepciones locales evocadas, los electores y los votantes de cada partido, viven una sociedad fragmentada, han podido reflexionar poco sobre cuáles son sus intereses y qué hacer para lograrlos colectivamente. Así no es de extrañar, los buenos resultados que consiguen aquellas organizaciones locales que han sabido preocuparse por prestar este servicio. Y es recomendable, que los dirigentes políticos observen con detenimiento cómo lo hacen esas organizaciones y sus líderes.






Lograr esa ayuda adicional de los votantes, se ha ido logrando en cada sitio y momento de un modo peculiar.
Para los que quieran proponerse empezar o ir avanzando por este camino, aquí recogemos algunas guías extraídas de la experiencia que cada equipo de dirección debería ajustar a su circunstancia.  
Una buena vía para ir entrenando políticamente a los votantes – a identificar sus necesidades y valores, y aprender a trabajar colectivamente para lograrlos – se encuentra en la constitución de “comunidades de votantes”, de una o varias secciones electorales o de un barrio.  El proceso de constitución de estas comunidades puede iniciarse en el descubrimiento y puesta en común de aquellas medidas de las instituciones o los partidos que cada votantes considera que mejoran/perjudican su calidad de vida. Este material permite hacer un diagnóstico de cada unidad territorial desde el punto de vista de los valores e intereses de los votantes y no de criterios técnico-burocráticos. Elaborando algún tipo de documento como “El barrio que vivimos” se cuenta con un soporte que podría servir para la educación de aquellos que no han querido o podido manifestarse.
En paralelo, también podrían entrenarse los votantes en identificar necesidades y priorizarlas colectiva y democráticamente  en pequeños grupos de no más de 12 personas, que después podrían ir sintetizando sus conclusiones de un modo piramidal.
Estos procesos pueden conducir a acuerdos como “El barrio que queremos”, como principio de una estrategia que vaya estableciendo una política de abajo arriba.
Mantener estos procesos en marcha, va a requerir entrenar a los líderes de opinión de los votantes a organizar para ir transformando los recursos en poder para cambiar las cosas, a través de activistas que han sido entrenados en organizar al ir formando las comunidades de votantes.
Los activistas y los líderes de los votantes, han de aprender es ese arte de organizar a diferenciar y respetar sus respectivos papeles, y a coaligarse en la tarea común de conseguir los cambios que las necesidades requieren.
De este modo, este coaligarse como “crecer juntos” (del latín “coalescere”), es el aglutinante de un “voto apalabrado”. Las actuaciones de comunicación en los medios masivos y las redes virtuales tendrán tanta mayor eficacia cuanto evoquen y difundan los contenidos de estas coaliciones.
Los dirigentes de los partidos implicados tendrán que tomar en consideración esta política de abajo arriba, si quieren contar con el apoyo de sus votantes, configurando un liderazgo democrático y ubicuo, más allá de las prácticas burocráticas actuales.
La posibilidad de que los partidos de izquierdas alcancen coaliciones estables aumenta con el logro de coaliciones en los barrios y en acuerdos sobre la política de abajo arriba.







Avanzar en esta línea no se consigue enseguida, y por supuesto no se puede pretender implantarlo para estas elecciones. Pero con ese argumento no se empieza nunca a mejorar las cosas. La eficacia política de los resultados de una elección, depende en gran manera de mejoras en la acción política que solo se consigue a través de proyectos a medio plazo. Cualquier momento es bueno para empezar estos proyectos, sobre todo si se tiene en cuenta que como aprendizajes sociales que son habrá que empezar de un modo experimental, en escala o territorios reducidos para ir sucesivamente ampliando su ámbito de actuación. Cualquier paso experimental que se vaya dando tendrá efectos beneficiosos a corto plazo – reducidos al ámbito que comprenda – y a medio plazo, en la medida que sirva para ir armando una política global.



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