Las “misas
conventuales”, la utilización puramente
ritual de las reuniones de los órganos de deliberación y decisión es una de
las manifestaciones más agudas, y al mismo tiempo menos discutida de la
malignidad de la enfermedad burocrática en los partidos.
La verdad
que a mí mismo me ha costado darme cuenta de la gravedad de este síntoma. Han
sido tres años en los que han jugado un papel importante para llegar al
diagnóstico y tratamiento actual, cuatro hitos relevantes
A la
primera persona a la que oí utilizar la palabra “misa” para referirse con
intención crítica a algunas reuniones a
la que asistíamos, él como participante y yo como observador, fue a un primer
secretario de una agrupación en Barcelona. Efectivamente, esas reuniones eran
rituales con muy poca producción práctica.
Después fue
un ejecutivo de Valencia, quien en un lenguaje entre cínico y desencantado, me explicó el juego de estos
rituales en reuniones de ejecutivas, comités y asambleas como instrumento
defensivo de unas ejecutivas que no pueden/ saben/ quieren dirigir.
El año
pasado, en un viaje familiar a Lima, visité con algunos directivos la sede
central del APRA. En un edificio de los años 30 que bien parecía, en cierta
manera un convento, mis amigos se quejaban de que la mayoría de sus colegas
preferían “oficiar misas en el convento” que trabajar con los votantes.
Y
recientemente, con estas ideas en la cabeza, he presenciado una asamblea y
discutido, con dirigentes que quieren mejorar las cosas, la ejecución de
reuniones de ejecutivas, comités y asambleas de distrito.
En esta
asamblea conté con que 600 horas/persona (2 horas de 300 personas) no habían
servido para nada práctico, según reconocían también sus organizadores.
Si el
tiempo que se emplea en estas “misas conventuales” se empleara en decidir cómo
identificar y acompañar votantes y en cómo entrenar activistas para hacerlo, se
estaría contando con los recursos para conseguir la sostenibilidad de los
resultados políticos.
La cuestión
radica en la voluntad y el entrenamiento
adecuado para dirigir, de los dirigentes. Han de ser capaces de conseguir metas consensuadas –
incluyendo siempre en ellas los resultados políticos, sin los que el partido se
verá abocado a la inoperancia que se ve en algunos sitios -, definir y acordar tarea eficaz para alcanzarlos, y poner en
práctica un sistema de entrenamiento de
activistas y dirigentes, que sustituya malas por buenas prácticas.
Y con esa
voluntad y entrenamiento acometer la tarea de dotar de contenido práctico las
reuniones: definición de problemas que requieren atención pública, mociones a
presentar por el grupo municipal en el ayuntamiento y acciones directas para
apoyarlas, evaluación de la situación con respecto a resultados políticos y su
evolucíón – votos, fondos y voluntarios-, identificación y acompañamiento de
votantes y sus líderes, posiciones del órgano con respecto a problemas políticos
de su competencia.
Intencionadamente
he eludido hablar de las malas prácticas que ahora impiden hacer esto, y de los
discursos, debates y enfrentamientos que ocupan ese tiempo, perdido para la dirección política consciente. Entiendo
que cualquiera interesado en lo que aquí llamo la atención, conoce todo ello.
Su reto es arriesgarse “meter mano”, y abandonar sus propias malas prácticas.
Partidos y
agrupaciones locales que van bien, tienen unas prácticas mucho más productivas
en sus reuniones.
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